miércoles, 10 de enero de 2018

Isbrük


Isbrük
David Vicente
Editorial Pre-Textos





Isbrük ha ganado el XLVIII Premio Internacional de Novela Corta ‘Ciudad de Barbastro’ 2017.

Solamente con decir que la protagonista de esta novela es la soledad, decimos que es una novela excelente, sin antecedentes.

David Vicente construye a través de un estilo conciso, casi minimalista, una especie de tragedia moderna en la que la soledad acaba siendo un viaje de ida y vuelta para sus protagonistas: «Todas las mujeres de la familia desde hace generaciones han acabado locas. Locas y solas. O solas y locas. No estoy segura. Quizá todas deshidrataron tomates como punto de partida».



La pregunta sigue sin ser respondida, ni en ensayo ni en ficción: ¿Cuál es el origen de la soledad? Las hipótesis son tantas como almas, incluso las hipótesis propias, cuando uno la padece, se multiplican con el mismo horror con el que se multiplicarían las imágenes en unos espejos enfrentados.

La consistencia de la realidad, que David Vicente lleva al extremo para dar a conocer su proyecto sin concesiones, es la de la vida en la costa donde habitan pescadores de mar abierto. La soledad del pescador, pero por encima de ella la soledad de la mujer que aguarda sin la dicha de Penélope, sin aduladores y sin la creatividad suficiente como para inventarse un tapiz que tejer y destejer.

En este caso, cuando la pareja se traslada a la figurada población de Isbrük, de condiciones climáticas espantosas, ya son lo bastante mayores como para poder reinventarse. Él encontrará allí su música, aunque sea la de los tifones y la respiración por las branquias. Ella, infértil, no ve otra forma de vida que no sea la soledad.

De ahí que la voz de ella, que ocupa la mayor parte de la novela, sea de aliento corto y dislocada. Sabe que los suicidios son casi norma en Isbrük, un lugar del que ha huido la gente, pero que a ellos, por una razón que se nos escapa, les debería servir de refugio. Pese a que ello signifique despedirse de su única hija, que decide quedarse estudiando en la ciudad.

Ella piensa en él como un hombre pez, y considera que ha mutado. Un don que ella no posee. Él, de hecho, desaparece la mayor parte de los días, y la hija finge no tener padre. Como una ráfaga lírica, aparece otro hombre con quien mantiene una relación de segundos. Y él fallece en el mar, mientras que ella es la que queda enterrada en vida. A partir de aquí, David Vicente nos permite apuntar a conjeturas, no a certezas, con párrafos del cuaderno de notas de Andreas, el pescador, el marido. Nos descubre qué tipo de sensibilidad le caracteriza y si existe o no un impulso autodestructivo. Nos habla sobre la posibilidad de enamorarse por piedad, en casos extremos. Y de la fe en el amor para curar cualquier cosa. Pero no es cierto que el amor pueda más que otros sentimientos. La brutalidad se impone, como se impone el miedo.


Una novela breve debería ser una novela redonda. Sin embargo, Isbrük es fragmentada. Pero circular. Los fantasmas terminarán por regresar a su origen.


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