miércoles, 14 de marzo de 2018

Lady L.


Lady L.
Romain Gary
Editorial Galaxia Gutenberg



El día de su octogésimo cumpleaños, Lady L. está sentada junto a uno de los ventanales de su castillo inglés. El velador está lleno de telegramas y de mensajes, muchos de los cuales proceden del palacio de Buckingham. Se daba cuenta de que no era más que una "vieja dama adorable"; sí, después de tantos años perdidos en ser una dama, ahora se veía obligada a ser una vieja, por añadidura. "Se nota todavía que debía de ser muy hermosa..." Desde que había empezado a percibir este murmullo insidioso, tenía que esforzarse por no soltar cierta palabra muy francesa que pugnaba por escapar de sus labios, y fingía no haberlo oído. No había sido menos célebre por su carácter que por su belleza; una ironía que no le andaba a la zaga, que daba en el blanco sin herir, con la elegancia de los maestros de armas que sabían recalcar su superioridad sin humillar.

Con la mirada perdida en su pabellón de caza, Lady L., que tras cincuenta años en Inglaterra aún piensa en francés, recuerda una historia: mientras el mundo asiste convulso a los últimos estertores del siglo XIX, Anette, una joven prostituta parisiense, conoce al más famoso y perseguido activista anarquista de la Europa de la época. Su encuentro no solo supondrá el despertar de una historia de amor desgarrada y trágica, sino también el comienzo de una nueva vida para Anette, quien con el tiempo se convertirá en una admirada y respetada aristócrata y hará de la impostura un arte.

Porque esta cara de respetable anciana de la aristocracia británica es solo una fachada amable, un papel que Lady L. ha elegido jugar y que la decepciona amargamente. Por ello decide, cansada de todos estos secretos, contar su historia. El conjunto de confidencias está repleto de ironía, sátira política y social, repaso a vuelo de pájaro de algunos acontecimientos históricos, reflexión sobre la idiosincrasia del ser humano, pero sobre todo es una divertida reflexión sobre la naturaleza engañosa de las apariencias. Esta anciana, considerada venerable tanto por el número de años vividos como por la antigüedad de su apellido, hace tiempo que puede reírse a gusto de todos los convencionalismos de una sociedad hipócrita.

Con esta novela, el prolífico Romain Gary, escritor de origen lituano que fue además piloto de guerra, diplomático, director de cine y guionista, establece una feroz crítica de la sociedad victoriana y de la tensa lucha de clases que enfrenta a revolucionarios anarquistas y a aristócratas. El juego entre verdad y ficción es un elemento que estuvo presente también en la vida del siempre esquivo escritor, que con la intención de dejar en evidencia la arbitrariedad de la crítica literaria de su época y de de burlarse del establishment literario francés, creo a Émile Ajar, escritor inexistente bajo cuya figura publicó una serie de novelas de enorme éxito.

Una obra que iba completando de forma paralela a la propia, lo que añadía verosimilitud al asunto. Incluso, y ante la incredulidad creciente, terminaría presentando a un personaje de carne y hueso cuando no había otro remedio que poner cara al tal Émile. Sólo después de la muerte de Gary se descubrió que, a pesar de estar prohibido y teniendo en cuenta que el supuesto Ajar había tenido la honradez de renunciar al premio, una sola persona había recibido, por primera vez en la historia, dos veces el Premio Goncourt. 

Así comienza esta obra maestra:

La ventana estaba abierta. Sobre el fondo azul del cielo, el ramo de tulipanes bajo la luz estival hizo que pensara en Matisse, que acababa de sufrir una muerte prematura a los ochenta años de edad, e incluso los pétalos amarillos caídos en torno al jarrón parecían obedecer al pincel del maestro. Lady L. tenía la sensación de que la naturaleza empezaba a ahogarse. 


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